Eva Reyes siempre supo que sus pies estaban hechos para el escenario. No para caminar sobre tierra firme, sino para deslizarse, saltar y girar en el aire, contando historias sin palabras. Durante una década, su vida fue un plié interminable en Miami: sol, el aroma salado del océano y un estudio de danza que compartía con su marido, un coreógrafo talentoso pero tempestuoso.