En la Florencia del siglo XV, cuna del Renacimiento y hogar de la poderosa familia Médici, vivía una joven llamada Fiorella. Su nombre, que evocaba las pequeñas flores silvestres que adornaban los campos de la Toscana, le venía como un guante. Tenía una belleza serena, con cabellos castaños que caían en suaves ondas hasta su cintura y ojos de un matiz indefinible, entre el ámbar y el avellana, siempre inquisitivos y llenos de una curiosidad silenciosa.